Por NEUS LÓPEZ
Deambulando por las calles de Llucmajor perdiendo nuestros pasos por sus torcidas y estrechas aceras llegamos a una hermosa placeta presidida por la estatua de una niña: » L’Espigolera». Rodeada de árboles, subida en una peana de mármol, la figura grácil parece haber salido de caminos de tierra y piedras de un LLucmajor rural perdido en el tiempo. De lineas limpias sin pretensiones, su sencillez traspasa la piedra misma de la escultura y le otorga alma. Abajo en la peana, puede leerse, A MARIA ANTÒNIA SALVÀ.

La estatua es un homenaje a la insigne poetisa «llucmajorera» y hace referencia a uno de sus poemas: «Espigolalles» que podemos encontrar en su libro «El retorn».

«S’Espigolera» es como la poesía de María Antònia Salvà discreta a la vez que elegante, firme como la piedra que no se deja ajar por el tiempo y sin embargo sensible y llena de calidez. Las palabras se hilan unas con otras tejiendo el alma de cada poema, mostrándonos la belleza de la vida cotidiana, de la naturaleza que nos rodea y de las pequeñeces exultantes que no debemos dejar pasar.
Maria Antonia Salva nos invita a volver repetidamente a una edad de inocencia y ver a través de unos ojos cargados de curiosidad un mundo donde lo exquisito se encuentra en lo sobrio y lo natural salvándonos de la banalidad de lo mundano.
Su obra poética de valor incalculable nos habla de un LLucmajor antiguo, perdido en los ecos del pasado, en las gentes «llucmajoreres» que ya no están y sin embargo siempre recordadas en sus poemas, leídos, ahora, por las nuevas generaciones de «espigolers» y «espigoleres», una herencia literaria de dimensiones inconmensurables que guarda en sus palabras hechas rimas un legado, la herencia de todo un pueblo hecha de sentimientos y de pasión.