ARTICULO Y FOTOS NEUS LOPEZ
De nuestros mayores aprendemos las historias importantes, aquellas que no son olvidadas por mucho tiempo que pase. El relato que de niños nos encandila, aquel que traspasa nuestra infancia y perdura en nuestra vida y que trasmitimos a otros con la intención de que sea recordado y permanezca vivo a pesar de que en este relato los ausentes son los verdaderos protagonistas.

Noviembre es el mes de los crisantemos, de la transición y del Día de todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos. La bruma fina que nos separa parece que estos días se decanta, disipándose el manto tupido de todo el año, y es en este mes de espiritualidad que se nos da la oportunidad de hacer un alto en nuestras vidas y recordar a todos los que faltan y sin embargo están.

La historia me la contaba mi abuela paterna. Era un relato que como un hilo de madeja ella desenredaba con paciencia y sencillez puesto que debía ser entendido por una mente infantil como la mía. Me contaba que cuando encendíamos una vela la luz tenue pero persistente de la candela era un puente que unía un extremo y otro. Por un lado, los que estábamos aquí, en el mundo de los vivos, en el otro los ausentes, esperando en un lugar de sombras el faro que tenía el poder de guiarlos en el camino hacia la eternidad. En mi pensamiento pueril se sentía la lejanía de los que ya no estaban pero no la pérdida ni tampoco la ausencia. La seguridad de que ellos esperaban y tendrían la ayuda necesaria para conseguir la luz que guiara sus pasos por el sendero era una certeza para mi, así como que ellos aguardaban este fulgor incandescente, que provendría de la vela que encendíamos mi abuela y yo pensando en ellos.
Así la llama de la vela representa la luz que ilumina, el fanal desde lejos que guía y la certidumbre para los que no están que son recordados por los que quedan. En un mundo como el que hoy vivimos llenos de inseguridades y dudas, puede ser algo valioso que la certeza de algo resida es un gesto tan simple como encender una vela.

Mantener la memoria de los que faltan es una tarea de cada día. Lo hacemos al recordar de ellos sus palabras, sus gestos y sus consejos. El Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos los honramos, cada uno según sus creencias, pero la llama de una vela es tal vez la forma más humilde y a la vez más bella de iluminar, para los que siempre amaremos, la senda que todos algún día deberemos recorrer.